domingo, 3 de mayo de 2009

El Mal Físico y el Mal Moral.

El Mal Físico en general: ¿De dónde vienen los males físicos? La raíz de los males físicos está en la debilidad e imperfección de la criatura, sujeta a cambios y a mutaciones que pueden llegar a la destrucción total o a la muerte. De este modo, la causa de los males físicos es la naturaleza misma. El mal es útil al orden. Todo ser creado es bueno, pero el conjunto es aún mejor. La creación es buena y bella en su diversidad y en su orden. Lo que para un particular puede parecer un mal en realidad es un bien que favorece la armonía del conjunto de la naturaleza. En la perspectiva de la totalidad de la creación, el mal físico no es un mal en sentido propio, sino la consecuencia de la multiplicidad, de la composición. Ciertos eventos vienen juzgados como malos si no se tiene en cuenta el orden del conjunto del universo. Es más, todos los seres son buenos porque vienen de un Dios bueno. Pero son sustancias inferiores a ese Ser del cual proceden, por lo que están expuestas a la corrupción (privación de bien). Si estas criaturas no fueran imperfectas, serían Dios y Dios sólo hay uno, que es el Creador. Y, ciertamente para ti, Señor, no existe absolutamente el mal ; y no sólo para ti, pero ni aun para la universalidad de tu creación, porque nada hay de fuera que irrumpa y corrompa el orden que tú le impusiste. Mas en cuanto a sus partes, hay algunas cosas tenidas por malas porque no convierten a otras; pero como estas mismas convierten a otras, son asimismo buenas; y ciertamente en orden a sí son buenas. El mal físico por fuerza tiene que existir porque toda criatura es imperfecta respecto del Creador. Al ser imperfecta, la criatura está sujeta a cambios y mutaciones, tendiendo así a la perfección y favoreciendo la armonía de la naturaleza. El mal físico en el hombre: el dolor. Si Dios es omnipotente y bueno, ¿Por qué permite que sus criaturas más amadas padezcan los sufrimientos?. El dolor pertenece a las criaturas sensibles como consecuencia de su naturaleza. Se encuentra en una naturaleza buena y que aspira a su perfección. Nos advierte de una tribulación del orden físico que debe ser restablecido. Esta existencia es providencial para la conservación de la vida. Por el dolor el hombre es impulsado a vencer el sufrimiento. En este caso, el dolor es un mal que nos lleva a un bien mayor, la salud. Hieres para sanar. Para San Agustín, el dolor es una muestra de cómo Dios obtiene un bien de un aparente mal. Es cierto que San Agustín aceptó la debilidad filosófica para entender cómo Dios saca un bien de un mal en algunas «situaciones límite». A veces esta verdad es obvia e inteligible, pero en otras ocasiones no es así. No siempre podemos encontrar una respuesta lógica al modo como Dios actúa. Por ello, encontrándonos ante un misterio, la respuesta satisfactoria y última sólo se encuentra a través de la fe. Si Dios es amor, estamos seguros de que emplea toda su fuerza omnipotente para hacer que el mal se convierta en un bien. El sufrimiento y la muerte de Cristo están más allá de la pura razón. Sin embargo, nos revela que para los hombres, el sufrimiento y la muerte, son instrumento de salvación. No obstante, el sufrimiento y la muerte son frutos del pecado, de las malas acciones de los hombres. Por ello, San Agustín afirma que el verdadero y único mal es el pecado, que trae las consecuencias del mal en el mundo. El sufrimiento es de ámbito espiritual y nos informa de una ausencia, una privación, sea física o moral. Así pues, el dolor y el sufrimiento no son considerados formas de mal por ser fuentes de conocimiento y de toma de conciencia de un desorden, de una privación.
El Mal Moral: Si Dios puede permitir el mal físico para sacar un bien mayor para el hombre, no puede, sin embargo, querer o permitir el mal del espíritu. El mal espiritual o moral no puede provenir de un principio malvado, como atestiguaban los maniqueos, ya que el mal existe en cuanto que existe previamente el bien. «Situaciones límite» (Grenzsituationen) es el término que propuso el filósofo y psicólogo Kart Jasper para referirse a las situaciones a las que la filosofía no puede ofrecer una explicación adecuada y cuya única vía de salida la da la fe religiosa. En realidad, la causa y el origen del mal moral es el hombre mismo, su voluntad malvada. «La mala voluntad es la causa de todos los males». «Indagué qué cosa era la iniquidad, y no hallé que fuera sustancia, sino la perversidad de una voluntad que se aparta de la suma sustancia, que eres tú, ¡oh Dios!, y se inclina a las cosas ínfimas». San Agustín llega, por tanto, a descubrir la esencia de toda maldad. Esta maldad no viene sino de una perversa voluntad que se aparta de Dios. Una maldad que no puede venir sino de una criatura que posee la facultad de la libertad, porque la esencia de toda criatura libre incluye la posibilidad de adherirse o no al querer de Dios. El verdadero y único mal es el mal moral, cuyo responsable es el hombre. Para San Agustín el mal moral equivale al pecado, que es causado por el hombre y sus consecuencias atormentan al hombre. El pecado es el rechazo del amor de Dios y de su plan de amor para el hombre. San Agustín concluye aduciendo que el origen del verdadero mal se debe al mal uso de la libertad humana. «Dios dotó a la criatura racional de un libre albedrío con tales características que, si quería, podía abandonar a Dios, es decir, su felicidad, cayendo entonces en la desgracia». Dios no es responsable de los actos malos de los hombres. Es el mismo hombre quien, con su libertad, es responsable de sus actos malvados. Con su libre albedrío el hombre peca al elegir un bien inferior en vez de elegir el Bien supremo. De este modo, todo mal que se encuentra en el hombre encuentra su explicación en el mismo hombre. La concepción que San Agustín tenía de la libertad quedó particularmente formulada en su obra De libero arbitrio. Se puede resumir bajo tres puntos de vista: a) Dios nos ha dado la facultad de la libertad. El hombre, como consecuencia, puede decidirse contra Dios. Encuentra una doble alternativa: o el amor a Dios o el amor a sí mismo. Esta es la alternativa que decide el bien o el mal. b) Nosotros vivimos en el mundo. Por eso, a la alternativa interior entre el amor a Dios o el amor a sí mismo, el hombre debe responder a una alternativa exterior, o el amor a Dios o el amor al mundo. Si el hombre no ama a Dios, se ama a si mismo o ama otras cosas. c) El hombre ve dos voluntades enfrentadas entre sí y ese desacuerdo lacera el alma. «Las dos voluntades mías, la vieja y la nueva, la carnal y la espiritual, luchaban entre sí y discordando destrozaban mi alma». Por un lado el hombre se siente inclinado a los placeres y a las cosas y por otro lado siente la necesidad de acercarse a Dios. Somos individuos que debemos decidir por nosotros mismos. El mal moral proviene de una mala elección. De hecho, el mal moral no consiste en considerar un objeto malo en sí. No se desea el mal por el mal, sino en cuanto se espera un bien. El hombre escoge en el pecado algo que considera que es un bien y que da felicidad y, sin embargo, sólo encuentra miseria y sufrimiento. De este modo, se invierte el orden de los fines. Pero si se invierte el orden de los fines, esto no quiere decir que se quite el orden. El hombre con el pecado busca un orden erróneo. Despreciando a Dios, los bienes que Él le ha dado para ser feliz, pierden su orden y se transforman para el hombre en causa de suplicio. Pero es el mismo hombre quien se separa Dios. Ponía atención en comprender lo que había oído de que el libre albedrío de la voluntad es la causa del mal que hacemos, y tu recto juicio, del que padecemos; pero no podía verlo con claridad. (…) Pero de nuevo me decía: ¿Quién me ha hecho a mí? ¿Acaso no ha sido Dios, que no sólo es bueno, sino la misma bondad? ¿De donde, pues, me ha venido el querer el mal y no querer el bien?. Con estas reflexiones San Agustín se pregunta si no es Dios, en parte, responsable del mal que los hombres hacen. ¿Por qué Dios ha dado al hombre una libertad falible? De nuevo el Santo de Hipona encuentra la respuesta refiriéndose a la corruptibilidad y mutabilidad de las sustancias. El hombre es creado de la nada y, al igual que todas las sustancias a excepción de Dios, es corruptible, es imperfecto. Debido a esta mutabilidad el hombre puede fallar. El mal del hombre es una privación de un bien que está en cambiamiento por lo que, en conclusión, el hombre es falible por su naturaleza. Si el hombre no tuviese la posibilidad de pecar, sería un ser imposible porque sería inmutable y esto es imposible; el único ser inmutable es Dios. En resumen, San Agustín descubre que el hombre es el autor del mal que encuentra y padece. Este mal proviene de un mal uso de su libertad, que es la causa del pecado. Dios, a pesar de ser infinitamente bueno, sólo se puede limitar a permitir este mal porque, si Dios no permitiese el mal, estaría atentando contra la libertad del hombre. Si Dios privase al hombre de su libertad, que es lo que hace que sea imagen y semejanza del Creador, se contradeciría a sí mismo y, por consiguiente, dejaría de ser Dios. No obstante, Dios manda a su Hijo al mundo para liberarnos de la esclavitud del pecado. El pecado se transforma as en causa de un bien mayor: la redención del hombre por parte del Hijo de Dios. «Al mundo vino a salvar a los pecadores». «De semejante vida, tan infernal, tan miserable, sólo puede librarnos la gracia de Cristo Salvador, Dios y Señor nuestro». En conclusión El problema del mal fue una constante a lo largo de toda la vida de San Agustín. Su doctrina sobre el mal es el resultado de un largo estudio y reflexión y quedó reflejada en sus principales obras como Las Confesiones, La Ciudad de Dios, Sobre el libre albedrío, La naturaleza del bien, y otros escritos más de carácter apologético. Se puede decir que San Agustín, insatisfecho de la incoherente filosofía maniquea y neoplatónica sobre el problema del mal, inició una búsqueda sólida sin precedentes. Tanto es así que llegó a fundar las bases de la auténtica respuesta al problema del mal en el mundo. Logró dar una definición acertada del mal y responder con solidez al origen de dicho mal. San Agustín fue el primero en afirmar que el mal no era una sustancia, sino la privación de un bien, ya que donde no hay bien no puede haber mal, del mismo modo que si no hay luz no puede haber tinieblas. Definió el mal como la privación del bien, puesto que un mal no se concibe sin antes la existencia del bien y fue él quien descubrió que el mal no podía venir del mismo Dios al ser sumamente Bueno y creador de todas las cosas buenas, sino que era el mismo hombre el responsable del mal existente. Llegó a la conclusión que, en realidad, el mal que reina sobre la tierra viene del mismo hombre, el cual, con un mal uso de su libertad, puede oponerse a Dios y pecar. Para dar una respuesta más acertada, dividió el mal en dos grandes grupos: físico y moral. Respecto al mal físico argumentó que en realidad éste no era un verdadero mal pues favorecía el orden del conjunto, es decir, de la naturaleza. Por lo tanto, el único mal, era el moral, el pecado. Sin embargo, San Agustín tuvo que admitir los límites de la filosofía ante el problema del mal. Sabía con evidencia que, siendo Dios bueno y omnipotente, era capaz de transformar el sufrimiento, el dolor, el pecado, en bienes mayores. Dios saca de un mal un bien mayor. Pero en algunas situaciones como la muerte ¿Cómo se explica que Dios pueda sacar de un mal un bien mayor? Es aquí en donde San Agustín, conocedor del amor de Dios, da paso a la fe, que es capaz de encontrar el último y más profundo sentido al problema del mal. Nos pone como modelo a Jesucristo, el cual escogió como camino de redención el dolor y la muerte, revelándonos así el valor redentor del sufrimiento. Estas aportaciones de San Agustín fueron sumamente influyentes durante los siglos posteriores. Tan influyente fue que, siglos después, la doctrina de Santo Tomás será un fiel reflejo de la luz descubierta por el santo de Hipona, permaneciendo intacta durante toda la etapa de la Escolástica.

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